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Música compuesta por Philip Glass.
Dirigida por Michael Riesman.
Album producido por Kurt Munkacsi.
MISHIMA es un filme de Paul Schrader de 1985. Philip Glass compuso la banda sonora y partiendo de ahí se realizó una grabación con sintetizadores. Esta grabación temporal sirvió para ir realizando el montaje de la película e ir viendo cómo utilizar la música, alterándola para adaptarla con las imágenes. Después, Glass orquestó la banda sonora con las especificaciones requeridas. Es probable que emplearan este método para facilitar y acelerar el trabajo del compositor, así éste no tendría que ir retocando los temas que proponía cada vez que hubiera que hacer un ajuste.
En MISHIMA, corte a corte exprime la orquesta sacando temas de gran belleza, siempre manteniéndose fiel a su peculiar estilo de cadencias repetitivas. Las percusiones, campanas y utilización constante de cuerda abren el primer y apoteósico corte, una estupenda presentación de lo que tenemos entre manos.
El segundo tema se inicia con bajos y batería, siempre, siempre siguiendo la misma línea de estilo, y añade posteriormente los instrumentos de cuerda que vuelven a la pauta constante. Estos dos primeros temas son algunos de mis favoritos del disco, más que nada porque son los que más fuerza tienen: sacan todo el jugo en pocos minutos. Gran parte del resto, sin desmerecer respecto a estos, son aproximaciones desde otros ángulos.
Osamu’s Theme: Kyoko’s House es una variación más alegre, casi cómica. Los platillos y un solo de violín emergen dando un toque picaresco. November 25: Ichigaya, uno de los más repetitivos del disco, aborda el hilo conductor en forma de oleadas con un toque más oscuro producido por la batería y los platillos que marcan el ritmo del viento y la cuerda. Su corta duración impide que resulte todo el rato igual.
Runaway Horses, el corte más extenso del compacto, es una suite donde la música parece sonar sin un objetivo. Lo mismo estamos ante unos minutos de suave viento acompañado por el susurro de las cuerdas que ante una tempestad de piano que pronto pasa pero promete volver para alegrar los sentidos. Al final desaparece, dejando un paisaje vacío y gris, pues el siguiente tema, 1962: body building, es el corte más trágico que se nos presenta.
Estamos ante un disco con un acusado estilo, pero al contrario de resultar tedioso o molesto es sin duda una agradable escucha, un soplo de vívidas emociones con el que embriagarse durante algo menos de una hora. De la orquesta se saca un buen sonido, sin huecos, con una calidad muy destacable si tenemos en cuenta que se grabó en los ochenta.
El viaje mágico que Philip Glass propone es muy recomendable pero puede no ser apto para todos los públicos.
Valoración:
Esteban Benítez [2006-02-24]